23 março 2014

Adolfo Suarez


Foi o primeiro presidente de um governo democrático espanhol após o franquismo. Com o apoio do rei Juan Carlos, deu início à Transição Espanhola, com a Lei da Reforma Política, amnistiou e legalizou todos os partidos políticos e os sindicatos, e, posteriormente, com a Constituição de 1978. Não obstante, viveu momentos complicados por causa do terrorismo e de duas tentativas de golpe de estado. Dotado de uma personalidade forte e de princípios éticos incomuns, dizia que não gostava das conjunturas e da história porque os princípios estão acima de ambas, lá na História.

«Sé que me puedo morir, pero el tiempo que transcurra hasta entonces quiero vivirlo lo mejor posible», disse, um dia, consciente do seu padecimento.

Humanamente, assim não foi, mas a História tem-no consigo. Em paz.

1 comentário:

Liberal disse...

No Insurgente


Adolfo Suárez

Posted on Março 23, 2014 by ruicarmo


Resulta que nos salvaron ellos, escrito por Arturo Pérez-Reverte em 2006.


Aquel día, la democracia y la libertad sólo las defendieron una cámara de televisión encendida, los periodistas que cumplieron con su obligación -fueron tan torpes los malos que sólo silenciaron TVE y Radio Nacional-, unos pocos representantes gubernamentales que estaban fuera del Parlamento, y sobre todo el rey de España, que, por razones que a mí no me corresponde establecer, se negó a encabezar el golpe de Estado que se le ofrecía, ordenó a los militares someterse al orden constitucional y devolvió los tanques a sus cuarteles. El resto de fuerzas políticas y sindicales, autonómicas y municipales, salvo singulares y extraordinarias excepciones, se metieron en un agujero, cagadas hasta las trancas, y no asomaron la cabeza hasta que pasó el nublado. Quienes velamos esa noche ante el palacio de las Cortes sabemos que, aparte de ciudadanos anónimos, negociadores gubernamentales y periodistas que cumplían con su obligación, nadie se echó a la calle para defender nada hasta el día siguiente, cuando ya había pasado todo -lanzada a moro muerto, se llama eso-. Y respecto a los sindicatos, su único papel fue el de los carnets rotos con que atrancaron los retretes de toda España. En cuanto a la digna integridad constitucional que ahora se atribuye el Congreso, lo que pudo ver todo el mundo por la tele, y eso no hay chanchullo que lo borre, fue a los ministros y diputados tirándose en plancha debajo de sus escaños para quedarse allí hasta que se les permitió levantarse de nuevo -aún entonces siguieron mudos y aterrados-, con tres magníficas excepciones: Santiago Carrillo, que fumaba cada pitillo creyendo que era el último, el presidente Suárez y el anciano general Gutiérrez Mellado. Y cuando éste, fiel a lo que era, se enfrentó forcejeando a los guardias civiles, y el miserable Tejero, pistola en mano, intentó, sin éxito, tirarlo al suelo con una zancadilla, el único hombre valiente entre todos aquellos cobardes que se levantó para socorrerlo, fue Adolfo Suárez. A quien, por supuesto, España pagó y paga como suele.